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  • Adrian Lucas

Fiestas raver, luces de neón y góticos del futuro

Viajar por primera vez a Londres es una experiencia de otra dimensión en sí misma. Es de esas experiencias que se graban a fuego en tu memoria y que difícilmente se olvidan. Resulta complejo explicarlo con palabras, pero quien ha ido sabe de lo que hablo; Londres tiene algo que engancha mucho. Pueden ser sus legendarios monumentos del siglo XIX; la homogeneidad de sus casas; el choque cultural que supone visitar por primera vez una de las principales ciudades europeas; por Camden Town…

Te encuentras andando por Camden Town, intentando no formar la típica escena de película en la que el café latte del Starbucks de un hombre de negocios londinense acabe desparramado por el suelo, cuando de repente, entre el barullo de niños de viaje de estudios y mercaderes, comienzas a escuchar unos beats electrónicos procedentes de una de las tiendas más llamativas de esa calle. No es una tienda cualquiera. ¿Acaso cualquier tienda podría tener dos ciborg colosales salvaguardando la puerta? Claro que no. Es Cyberdog, la mezquita de la cultura underground londinense.

El exterior de Cyberdog, la tienda más alternativa de Camden Town (Londres)


Allá por 1994, Cyborg era uno de los tantos pequeños puestos del mercado de Camden Town que albergaban todo tipo de prendas y complementos de estilos más alternativos. Esta tienda en concreto comienza a tener popularidad gracias al apoyo de la comunidad de “gravers”, los que son también conocidos como góticos y ravers de Gran Bretaña.

Para los que aún no hayáis tenido la oportunidad de visitar a este lugar, os lo describiría con tres palabras: flúor, robots y música electrónica. Cyberdog es para los algunos lo que era la cueva para Alí Babá, pues alberga los mejores tesoros para una de subcultura arraigada en Gran Bretaña ya desde la década de los noventa: los CIBERGÓTICOS (Cybergoth).


Esta subcultura se podría considerar como la “hermana política” del estilo gótico, salvo por la diferencia de que en realidad ambas son completamente opuestas. Cada una de ellas se encontraría en posiciones alejadas en el eje cronológico: mientras que los góticos viven angustiados y anclados en “que todo tiempo pasado que fue mejor”, los cibergóticos lo hacen en el futuro más distópico. Son los góticos del futuro.

Los cibergóticos son mucho más extremos en todas sus vertientes: vestimenta, calzado, maquillaje, complementos, música… Adoran por encima de todo la tecnología, internet y la cyber realidad. Más allá de su estética medio macabra y futurista, su imaginario se sujeta en torno a dos pilares profundos y románticos: el existencialismo y la distopía.

Esta contracultura futurista bebe de la fuente del existencialismo clásico del siglo XX y post-bélico. Tras la II Guerra Mundial autores como Jean Paul Sartre o Martin Heidegger comenzaron a reflexionar acerca del sentido de la vida humana y de la intención de la existencia (si es que la hubiera). Esta reflexión filosófica gira en torno a la idea de que el ser humano no nace tal cuál es, sino que se hace así mismo a través de la aprendizaje y la socialización. De esta manera, el ser humano es capaz de crear su proyecto de vida a partir de la libertad. Sin embargo esta puede comportar consecuencias negativas, lo que genera per se una angustia vital insaciable. Si soy yo el que determina mi existencia, por tanto, soy yo el responsable de mi propia vida.

Esta postura pesimista e inconformista del mundo es compartida también con los góticos, quienes prefieren vivir alejados y desvinculados de cualquier convencionalismo social o de la vida comunitaria. Sin embargo, los “góticos del futuro” están más motivados para sentirse parte de la sociedad, para vivir integrados.

Otra de las cuestiones que caracteriza al mundo Cybergoth es su visión distópica y apocalíptica del futuro. El porvenir de la raza humana no será óptimo sino todo lo contrario; la raza humana (o tal vez otras) será la responsable de la destrucción de la Tierra por la contaminación. No resulta complejo entender ahora que estos rechacen la contaminación del medio ambiente y aludan constantemente a la radioactividad a través de colores flúor o símbolos, mostrando su disconformidad con el uso de este tipo de energía y su efecto sobre este planeta.

El uso de colores neón y del látex o la lycra se ha convertido en su mantra diario. En la cabeza tanto los hombres como las mujeres suelen llevar grandes pelucas, conocidas como cyberlox, con mechones neones de pelo real o artificial, rastas y otros elementos decorativos como cables de ordenadores, tubos flexibles, aros…


Cybergótica con su mascarilla y sus cyberlox.


Debido a la toxicidad del aire, los cybergóticos deben quedarse refugiados del sol y de los gases que podrían matarlos, por lo que su tez es bastante pálida. No obstante, no hay nada que el maquillaje no pueda cubrir, y ellos deciden equilibrar ese rostro blanquecino y apocalíptico con sombras de ojos de colores, cejas pintadas, lentillas y cejas pintadas.

Como el mismo ciclo vital de los seres vivos, las modas están destinadas a nacer, crecer, extenderse y finalmente morir. Esta subcultura, que nació en los noventa, comenzó a sufrir una serie de circunstancias (gran vigilancia en los locales en los que se reunían, lucha por las licencias de los locales, tensiones…) que desencadenaron una gran bola de nieve imparable que impidió a esta contracultura mantener el ritmo de vida que frecuentaban.


Ya sea porque terminaron las raves frenéticas en grandes fábricas abandonadas o porque aquellos siempre jóvenes de los noventa tuvieron que crecer y enfrentarse a las responsabilidades de la adultez, lo cierto es que este estilo de vida ya ha caído un poco en el olvido y las ventas de artilugios cybergoths son cada vez menos vendidos, o así lo afirma Mike Schorler, fundado del Wave Gotik Treffen, el festival gótico más grande de Europa. Pero ya sabemos que la moda es una noria. Todo lo que se daba por muerto, vuelve a ser tendencia en unos años. Tiempo al tiempo. De momento, lo que sí se sabe es que aún es un movimiento que sigue captando jóvenes de todo el mundo y de todas las edades, nostálgicos de aquel tiempo pasado que fue mejor, y que los hacen reunirse en espacios abiertos y mostrar al mundo de lo que están dispuestos a hacer.


¿Acaso eso no es lo que todos hacemos?

Fiesta raver de los noventa, en Gran Bretaña.


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