top of page
  • Jaime García

Spooky Season 1, episodio 5: Rigor Mortis

En Viena hay diez muchachas,

un hombro donde solloza la muerte

y un bosque de palomas disecadas.

Hay un fragmento de la mañana

en el museo de la escarcha.

Hay un salón con mil ventanas.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals con la boca cerrada.


Con estos versos comenzó Federico García Lorca su Pequeño vals vienés, el antepenúltimo de los poemas de Poeta en Nueva York. Se trata de una composición cuasi musical que invita a bailar al ritmo de vals (valga la redundancia) mientras se devoran los versos. Un poema íntimo, desgarrador, que narra una historia de amor, de dolor, de muerte. ¿Acaso no todas las historias de amor son historias de muerte? Muerte de un sentimiento, de un ser querido, de un deseo, de un tiempo... Muerte que siempre está ahí, escondida en las sombras, pasando desapercibida entre nosotros sin que reparemos en su presencia.


La galería de arte Two Art Gallery (calle Acisclo Díaz, Murcia) expone desde el pasado 22 de octubre y hasta el próximo 4 de diciembre una inquietante, tenebrosa y espeluznante exposición que, bajo el título de Rigor Mortis, bien podría ser una materialización de aquel Pequeño vals vienés de García Lorca. Cuando nos adentramos en esa larga sala de exposiciones de paredes rojizas comienza el vals. En esta ocasión la música empieza fuerte, con un gran estruendo. La obra de Laureano Gisca, El Elegido, nos recibe impasiva desde la pared derecha. El crucificado de tamaño natural, que representa a Hitler muerto en la Cruz, nos aprieta fuerte la cintura y nos da vueltas y vueltas y vueltas hasta dejarnos sin palabras ante ese espectáculo reivindicativo de muerte, en el que el silencio oscuro de su frente lo dice todo.



Los siguientes compases son más suaves. Los dos cuadros de Jorge Pérez Parada, que. representan a Marilyn Monroe y a Kennedy, y las tres obras de Felipe Alonso, que de forma sutil y difuminada nos presenta tres retratos de muerte, recuerdan por sus colores apagados, sus recursos florales y su aire de nostalgia a estos otros versos del poema de Lorca:


Te quiero, te quiero, te quiero,

con la butaca y el libro muerto,

por el melancólico pasillo,

en el oscuro desván del lirio,

en nuestra cama de la luna

y en la danza que sueña la tortuga.


Seguimos girando por este oscuro bosque disecado para dar con una obra de Tom Chambres, que nos redirige hacia ese “hombro donde solloza la muerte” del que nos hablaba el poeta granadino. La protagonista de la fotografía digital yace inerte en el suelo, en medio de un claro del bosque, en una absoluta soledad. La joven casi parece una princesa de cuento de hadas a la que el príncipe azul no le ha dado un final feliz.



Avanzamos en este vals de amor y muerte para detenernos en una de las obras maestras de la exposición, Still life. Pietá, una obra de tamaño natural del artista australiano Sam Jinks que, siguiendo el modelo de la Piedad de Miguel Ángel, nos presenta a un hijo sosteniendo el cadáver de su difunto padre. La escultura es de tal realismo que pareciera que en cualquier instante, el malogrado anciano, fuese a hinchar su pecho en busca de una bocanada de aire fresco que le devolviera a la vida. Esta Pietá invita a reflexionar no solo sobre el paso del tiempo, sino a pensar también en nuestra relación con nuestros mayores y en cómo la senectud nos hace hijos de nuestros hijos. Contemplar esta escultura es pensar en ese verso de Lorca que dice “Toma este vals que se muere en mis brazos”.


De repente nuestro baile nos ha sumergido en un universo cercano al de Tim Burton al admirar las largas y pálidas figuras de Serva sed sicura, un lienzo de Gino Rubert. Pero nos encontramos cansados, mareados, atrapados... Necesitamos, como canta Ombligo, parar a tomar un poco de aire. Necesitamos al igual que la obra que contemplamos (Breathe de Joseph Seigenthaler) atravesar nuestras propias paredes para salir al exterior y llevarnos las manos al pecho; comprobar cómo el oxígeno se introduce en nosotros y seguimos notando un atisbo de vida entre tanta muerte.



Porque te quiero, te quiero, amor mío,

en el desván donde juegan los niños,

soñando viejas luces de Hungría

por los rumores de la tarde tibia,

viendo ovejas y lirios de nieve

por el silencio oscuro de tu frente.


¿Cuántos crímenes se habrán cometido “por amor”? ¿Cuántas almas inocentes habrán sido sacrificadas por un sentimiento no correspondido? ¿Cuántos niños como los de la obra de Enrique Marty habrán sido víctimas de un juego de adultos? Nuestro vals se detiene en seco para que contemplemos atónitos la inquietante obra Children ́s game, tres esculturas de unos niños ensangrentados que yacen en una inmaculada tarima, mientras que tres cuadros protagonizados por flores mustias y disecadas, completan esta suerte de velatorio infantil. Pero ahora nuestro baile sigue con el pulso muy débil. Nuestros pies casi parecen susurrar para no molestar a La yaya, el lienzo de Javier Bañón que se debate entre la vida y la muerte. La anciana, que postrada en una camilla preside la exposición, parece exclamar una última invitación de amor y vida al espectador:“Toma este vals del “Te quiero siempre”.


Ahora que La yaya por fin descansa, nuestro baile se vuelve más vigoroso y llegamos a una sala llena de “espejos, donde juegan tu boca y los ecos”, donde cinco marcos dorados con cabezas degolladas son testigos de nuestros movimientos acompasados, que nos dirigen hacia la sala en la que se reúnen los mandatarios: Franco, Stalin, San Juan Pablo II, San Juan XXIII, Santa Teresa de Calcuta y Dalí (Luca del Baldo) descansan en cómodos ataúdes vigilados por numerosos primates, como si nuestra danza no fuera con ellos.



Este baile de disfraces tenebrosos prosigue su marcha hacia el final atravesando las obras de Jon Ander, que representan a una mujer desnuda entre las sombras, a cinco cabezas de escayola y a dos retratos anónimos, enmarcados en sendas cajas de madera, que bien podrían ser dos apariciones fantasmagóricas de una noche de Halloween.


Dejaré mi boca entre tus piernas,

mi alma en fotografías y azucenas,

y en las ondas oscuras de tu andar

quiero, amor mío, amor mío, dejar,

violín y sepulcro, las cintas del vals.


Como el poema de Lorca, nuestro vals también va agotando su tiempo entre las fotografías artísticas de Joel Peter Witkin y la escultura (casi lapidaria) de Francis Arredondo. Nuestro baile de "quebrada cintura” danza sus últimos giros ante la Treasure Island de Harma Heikens, para exhalar su último aliento y caer rendido ante esa “muerte para piano que pinta de azul a los muchachos” que es La autopsia de Marcos López. La mirada penetrante de los personajes de este cuadro, nos despide de esta experiencia sensorial que ha sido nuestro Pequeño vals vienés en Rigor Mortis, en el que apasionadamente, hemos danzado entre historias de vida, amor y dolor. Historias en las que la muerte nos ha estado observando sigilosa y pacientemente, esperando a que nos llegue la hora de iniciar una danza macabra hacia nuestro Rigor Mortis particular.



bottom of page